julio de 2006
Un mundo maravilloso, pero...
Vincent Commenne

Este mundo posee un potencial maravilloso y, al mismo tiempo, suenan muchas señales de alarma, accionadas por expertos que llaman nuestra atención sobre el hecho de que nuestro modo de vida actual no es sustentable: ¡ no podemos seguir así! El crecimiento económico, tal como se lo plantea desde hace algunas décadas, crea un estrés social y ecológico cada vez más importante. Las presiones sobre los sistemas y recursos naturales se intensifican. La economía se extiende pero el ecosistema del cual depende no se extiende y esa diferencia crea una relación cada vez más tensa. Los indicadores ambientales clave cada vez son más negativos. Los bosques se reducen, las napas freáticas se contaminan, los suelos se erosionan, cada vez hay menos peces, los ríos se secan, los corales mueren, desaparecen especies vegetales y animales enteras, etc.

Nos comportamos como si no fuéramos a tener descendencia…

Entre los países denominados “desarrollados” y los demás, la fractura aumenta: ricos más ricos, pobres más pobres y las posibilidades de ascenso son cada vez más remotas. Dentro de nuestros mismos países, esta fractura entre ricos y pobres también aumenta.

Nos comportamos como si no existiera la familia humana…

Un crecimiento que muchos de nosotros disfrutamos. Pero un crecimiento cuyos frutos van principalmente y cada vez más hacia los más pudientes, un crecimiento que contamina y explota sin discernimiento real este patrimonio limitado que nos es confiado: el medioambiente natural. A tal punto que algunos nos predicen importantes catástrofes en el plano ecológico, en el social, o en ambos.

¿De quién es la culpa?

Más que hablar de “culpa”, preferimos enunciar esto en los siguientes términos: “¿quién originó estos desequilibrios?” y, luego, “¿de quién es la responsabilidad?” Y por último, “¿ese mismo ‘quién’ puede y quiere participar en el proceso de reequilibrar lo que necesita ser reequilibrado?”

En 1987 las Naciones Unidas publicaron el Informe Brundtland. El mismo hacía hincapié en la correlación existente entre la pobreza en el mundo y la degradación de los medios naturales. También demostraba que el crecimiento económico sostenido en el tiempo, la lucha contra la pobreza y la buena gestión del medioambiente a menudo iban juntos. Ese informe es el primero que define el concepto de desarrollo sustentable (sustainable development), que presupone por lo tanto la existencia de un tipo de desarrollo económico ecológicamente correcto y socialmente justo.

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La noción de desarrollo sustentable es cada vez más reconocida como el marco que permite acceder a una mejor calidad de vida para la mayor cantidad de gente posible y en el largo plazo. Este tipo de desarrollo intenta garantizar la satisfacción de nuestras necesidades actuales sin comprometer las necesidades de las generaciones futuras. Para ello, busca equilibrar las preocupaciones económicas, sociales y ambientales, velando por que cada uno de esos polos se desarrolle de la mejor manera posible, pero sin hacerlo en perjuicio de otro. El desarrollo sustentable se ha tornado entonces lo suficientemente indiscutible como para formar parte ahora de las políticas gubernamentales de muchos países industrializados, al menos en lo que respecta a sus preocupaciones ambientales.

La Agenda 21, documento de referencia en lo relativo al desarrollo sustentable, va más lejos que el Informe Brundtland. Aporta una respuesta breve y decisiva a la cuestión de las responsabilidades, a través de la constatación siguiente: “la principal causa de la degradación continua del medioambiente mundial es un esquema de consumo y de producción no viable, particularmente en los países industrializados, que es extremadamente preocupante en la medida en que agrava la pobreza y los desequilibrios”. Así queda dicho: producimos y consumimos de manera no sustentable. ¿Cuál es nuestra responsabilidad frente a las generaciones futuras que, como dice la máxima, nos están prestando la tierra?

Tal como lo señala la Agenda 21, tenemos que modificar esos esquemas no sustentables para reemplazarlos poco a poco por modos de producción y de consumo que tomen más en cuenta la dimensión social y la dimensión ambiental. ¿Cómo hacer? ¿Quién puede hacerlo? Estas son las cuestiones que no podemos ignorar.

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[1] Fragmento de Responsabilidad social y ambiental: el compromiso de los actores económicos – una guía para promover la ética y el desarrollo sustentable, publicado en julio 2006 por las Éditions Charles Léopold Mayer, coordinado por Vincent Commenne, cofinanciado por la Fundación Charles Léopold Mayer para el Progreso del hombre y la Comisión Europea (DG Empleo y Asuntos Sociales e igualdad de oportunidades).